Magnicidio hace 50 años

El 26 de julio de 1957 -hoy hace 50 años- fue asesinado el coronel Carlos Castillo Armas, caudillo del denominado ?Ejército de Liberación Nacional? que invadió por la frontera con Honduras el territorio nacional y derrocó al gobierno legítimamente constituido del coronel Jacobo Árbenz Guzmán. Hay dos versiones sobre este magnicidio: la oficial es que lo mató el soldado Romeo Vásquez Sánchez, supuestamente simpatizante del comunismo, infiltrado en el Estado Mayor Presidencial (EMP), cuando el gobernante se encaminaba por un corredor de Casa Presidencial a ir a cenar al comedor. Se dijo que no se veía bien porque las luces del corredor estaban apagadas. Lo que extraña es que no las hayan encendido, y que no le hubiesen acompañado ni el primer jefe EMP, coronel José Magdaleno Ortega, ni el segundo jefe, coronel Manuel Castellanos, ni el tercer jefe, coronel Miguel Mendoza Azurdia. Están en un error quienes dicen que Castillo Armas estaba acompañado de su esposa, señora Odilia Palomo de Castillo Armas, porque iba solo. Ella aún no había regresado de un compromiso social al que asistió con su edecán, capitán Clementino Castillo, ayudante del EMP, con quien la maledicencia de aquellos días la relacionaba íntimamente. Cuando ella regresó a Casa Presidencial, encontró muerto a su esposo.
Según la fantasiosa versión que dio a conocer la Secretaría de Prensa del gobierno de aquellos días, a cargo del periodista Roberto Castañeda Felice, el soldado Vásquez Sánchez escribía un ?diario? en el que detalló un plan para asesinar al gobernante, y después de haberle disparado a Castillo Armas con su fusil el primer tiro por la espalda, le disparó por segunda vez cuando ya se había desplomado, y luego disparó contra el coronel Mendoza; pero después trató infructuosamente de huir del edificio y al no poder hacerlo se sintió acorralado y se suicidó disparándose un balazo bajo la barbilla. Si tal cosa en efecto sucedió, le ha de haber sido sumamente difícil agacharse a disparar el gatillo con un dedo de su mano, a menos que lo hubiese hecho con un dedo del pie. En esos días fueron pocos quienes creyeron esa versión y se dijo que el supuesto ?diario? había sido fruto de la creatividad literaria de Castañeda Felice.
El hecho fue que el coronel Castillo Armas fue asesinado sólo tres años después de haber asumido el gobierno de Guatemala por obra y gracia de la intervención del gobierno del general Dwight David Eisenhower, presidente de los Estados Unidos de América; del Departamento de Estado a cargo de John Foster Dulles, ex abogado de la United Fruit Company UFCo; de la Central Intelligence Agency (CIA), a cargo del hermano del anterior, Allen Dulles; de la United Fruit Company de Boston; y del apoyo de los presidentes de Nicaragua, general Anastasio Somoza García; de Venezuela, general Marcos Pérez Jiménez; de Honduras, licenciado Juan Manuel Gálvez, ex abogado de la UFCo; de El Salvador, teniente coronel Óscar Osorio y de su sucesor, teniente coronel José María Lemus; y del dictador de la República Dominicana, “Generalísimo” Rafael Leónidas Trujillo, por gestiones personales del licenciado Juan Córdoba Cerna y del coronel Roberto Barrios Peña.
Sin embargo, existe la versión de que fue precisamente el “Generalísimo” quien ordenó la muerte de Castillo Armas, y para ello envió como agregado militar a su embajada en Guatemala, que estaba a cargo del embajador Sánchez Rovirosa, al jefe de la inteligencia del gobierno de República Dominicana, el temible coronel Johnny Abbes García, quien tenía la reputación de ser hombre de su confianza porque no tenía escrúpulos para asesinar a quien fuese, así como mató a varios periodistas que importunaban con sus críticos comentarios al sanguinario e implacable y sicópata “Generalísimo”, a juzgar por lo que dice el escritor peruano Mario Vargas Llosa en su libro best seller “La fiesta del Chivo”, en el cual narra incidentes sobre esa larguísima y despiadada dictadura.
En lo personal, yo puedo contar que ese mismo mediodía, viernes 26 de julio de 1957, me encontraba acompañado de mi amigo el doctor Ricardo (“Chichicúa”) López Ursúa en el Café de París que estaba en la acera de un edificio situado en la 6a. avenida entre las calles 9a. y 10a., cuando llegaron a ocupar la mesa vecina dos personas: uno era el embajador dominicano Sánchez Rovirosa, a quien ya conocía, con una persona a quien no conocía y era el coronel Johnny Abbes García. En un momento dado salió en la conversación el tema del gobierno “liberacionista” de Castillo Armas, al cual critiqué, y ambos se sonrieron maliciosamente y dijeron que no nos preocupáramos porque “no va a durar mucho tiempo”. ¡No tenía ni la menor idea de por qué lo decían! Ambos comentaron que Castillo Armas había prometido invitar al “Generalísimo” a hacer una visita de Estado a Guatemala en su calidad de presidente dominicano, y condecorarlo con la Orden del Quetzal, pero que “el maldito Canciller Skinner-Klée” se había opuesto y aconsejó a Castillo Armas que no lo invitara, ni mucho menos lo fuese a condecorar. Y Trujillo estaba sumamente disgustado “por el engaño que le hicieron después de la ayuda que le había dado a Castillo Armas”.
Esa misma noche, como a las nueve, yo venía de la casa de mi hermana Graciela, en la 4a. calle entre 10a. y 11a. avenidas, y al pasar en mi automóvil frente a Casa Presidencial me sorprendió ver que salía corriendo por la puerta sur el coronel Enrique Trinidad Oliva y entró al edificio donde estaba la oficina de Seguridad Pública que él dirigía. Me extrañó mucho, pero no sospeché que se hubiese cometido un magnicidio.
A la mañana siguiente, muy temprano, llegaron a mi casa un montón de policías que me llevaron preso al Cuartel número 1 de la Policía Nacional, situado en la 7a. avenida de la zona central, donde me tuvieron comiendo frijoles y nabos cocidos durante dos semanas, sin acusarme de absolutamente nada, hasta que un buen amigo influyente logró que me soltaran.
Por eso es que yo había creído la versión que Trujillo mandó a Abbes García a matar a Castillo Armas, pero puede ser que tenga razón la ex amante del “caudillo de la Liberación” y sea verdad que no tuvo nada que ver con ese asesinato. Aunque, para ser franco, todavía lo pongo en duda.

En esta foto, el coronel Castillo Armas, con su pistola al cinto cuando estaba en pie de guerra en Chiquimula, al frente de un grupo de valientes guatemaltecos anticomunistas que en esa forma exponían sus vidas porque temían que el comunismo era un peligro para nuestro país y de numerosos mercenarios de Nicaragua, Honduras y El Salvador, con armamento y municiones que les dio el dictador venezolano Pérez Jiménez. Entre sus principales acompañantes estaban el licenciado Juan Córdova Cerna y los coroneles Jorge Barrios Solares, Guillermo Flores Avendaño (quien después del magnicidio fue presidente provisional hasta que asumió la Presidencia por elección popular el general e ingeniero Ydígoras Fuentes), Ernesto Niederheitmann, Alfredo Castañeda y los hermanos Miguel, Rodolfo y Óscar Mendoza Azurdia, los tres coroneles. Entre los civiles estaban Mario López Villatoro, “Pepe” Torón Barrios y Lionel Sisniega Otero, quienes fueron locutores de la radiodifusora clandestina ?La Voz de la Liberación?, que operaba desde Tegucigalpa.
Por la intervención del nefasto embajador de los Estados Unidos en Guatemala, John Peurifoy, después de la decepcionante renuncia del llamado ?Soldado del Pueblo?, el 27 de junio de 1954, y de que éste dejara en el mando a su amigo el coronel Carlos Enrique Díaz, jefe de las Fuerzas Armadas, quien solamente gobernó un día porque el 28 de junio fue obligado por Peurifoy y los militares a renunciar y formó parte de un triunvirato con los coroneles Elfego Hernán Monzón Aguirre y José Ángel Sánchez; después este trío fue sustituido, el 28 de junio, por otro triunvirato con los coroneles Elfego H. Monzón, José Luis Cruz Salazar y Mauricio Dubois; el 30 de junio éste fue sustituido por un quinteto formado por los coroneles Elfego H. Monzón, Carlos Castillo Armas, José Luis Cruz Salazar, Mauricio Dubois y Enrique Trinidad Oliva; a su vez, estos coroneles fueron sustituidos, del 3 al 7 de julio, por otro triunvirato compuesto por los coroneles Castillo Armas, Monzón y Oliva; luego el coronel Castillo Armas asumió la presidencia de facto el 1 de septiembre, para un período de cuatro años tras haber celebrado un plesbicito y obtenido la confirmación de la Asamblea Constituyente, pero su asesinato impidió que cumpliera el período.

En esta foto vemos a Castillo Armas con su bigotito al estilo Hitler y luciendo su uniforme de gala y la banda presidencial. Carlos Castillo Armas nació el 4 de noviembre de 1914 en Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, y era hijo del transportista Raymundo (o Arturo) Armas y de una mujer extremadamente pobre y sencilla de nombre Josefina Castillo. Como su padre lo abandonó y nunca quiso reconocerlo como hijo, llevaba primero el apellido de su madre y después el de su padre. Ingresó como cadete a la Escuela Politécnica el 22 de enero de 1933 con la promoción 25 y el número 515 y se graduó de oficial el 30 de junio de 1936. Aunque fue partidario del movimiento militar y cívico del 20 de octubre de 1944, por lo cual fue nombrado director de la Escuela Politécnica, por ser partidario del coronel Francisco Javier Arana, con un grupo de anticomunistas tomó parte en un intento de apoderarse de la Base Militar “La Aurora”, pero fracasaron y en la refriega él fue herido y murió Mario Córdova, hijo del licenciado Córdova Cerna.

El vicepresidente de los Estados Unidos de América, Richard M. Nixon, vino a Guatemala para recibir de manos del presidente Castillo Armas y del Canciller, licenciado Jorge Skinner-Klée, la máxima condecoración nacional, la Orden del Quetzal. Y llenó de elogios el hecho que, “por primera vez en la historia del mundo”, se hubiese derrocado a un gobierno comunista. En esta foto les vemos en el Salón de Recepciones del Palacio Nacional (hoy de la Cultura) comiendo un tamal.

Así quedó, tendido boca arriba, el cuerpo de Castillo Armas en un corredor de Casa Presidencial, después de haber recibido un balazo en la espalda y otro balazo cuando caía. Aunque la otra versión de este magnicidio es que, según su ex amante, Gloria Bolaños, hoy residente en el extranjero, realmente fue asesinado en el túnel que comunica al Palacio Nacional con Casa Presidencial, porque se negó a firmar su renuncia que, supuestamente, le quería obligar a firmar su propio Secretario Privado, licenciado Luis Coronado Lira, porque poco antes había tenido una reunión con algunos importantes miembros del sector privado a quienes reclamó su falta de sensibilidad por no colaborar con el gobierno para resolver los problemas de las clases necesitadas del país, motivo por el cual los más furibundos anticomunistas en la reunión, salvo honrosas excepciones, le calificaron de ser también proclive al comunismo. Según esta versión, Castillo Armas murió en el túnel pero el cadáver fue trasladado a Casa Presidencial y luego inventaron la historia del soldado Vásquez Sánchez.
Gloria Bolaños era una guapa patoja de 16 años de edad cuando conoció a Castillo Armas y comenzaron una relación amorosa, lo cual ella afirma que era del conocimiento de doña Odilia Palomo de Castillo Armas, pero no se atrevía a decir nada porque sabía que su esposo ya no la quería. Después del magnicidio, Gloria Bolaños fue perseguida para obligarla a entregar unos documentos que Castillo Armas le confió para que los guardara, su casa fue cateada varias veces y sicarios del coronel Enrique Trinidad Oliva ametrallaron su cama creyendo que ella se encontraba dormida. Afirma que está segura que el “Generalísimo” Trujillo no tuvo nada que ver con el asesinato de Castillo Armas y que una vez estaban en la finca Santo Tomás cuando llegó Abbes García y después de que hablaron, Castillo Armas le contó que lo que Trujillo quería era que matara al doctor Arévalo y al coronel Árbenz, pero él contestó que no lo haría porque no era asesino.
Dice Gloria Bolaños que fue gracias a Abbes García y a su ayudante, Carlos Gacel Castro, que ella logró salir de Guatemala y trasladarse a Santo Domingo, donde entregó los documentos a Trujillo y estuvo trabajando en la radiodifusora Voz Dominicana.

El arzobispo metropolitano, Mariano Rossell y Arellano, oró durante varias horas ante el féretro en el que estaban los restos del coronel Castillo Armas, “Caudillo de la Liberación” a quien él había apoyado tanto desde el principio “para combatir al comunismo del gobierno de Árbenz”. Se le rindieron honores en el Salón de Recepciones del Palacio Nacional y miles de personas pasaron a su lado llorando o con lágrimas en los ojos. La participación del arzobispo Rossell y Arellano (apodado “Sor pijije”) en la “lucha contra los comunistas del régimen arbencista” llegó al extremo de permitir que nombraran “Comandante de la Liberación” al Cristo Negro de Esquipulas y lo pasearan por el territorio nacional incitando a unirse a la rebelión. En pago a esta valiosa ayuda logró que Castillo Armas autorizara la fundación del partido politico Democracia Cristiana, inspirado en la encíclica Rerum Novarum.

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