Autobiografía fotográfica (1)

Hoy estoy cumpliendo 79 años de edad y casi no puedo creerlo porque nunca creí que iba a sobrevivir tanto tiempo en un país como Guatemala donde, lamentablemente, hay tanta mediocridad, tanta ignorancia, tantas envidias, tanta incomprensión y tanta intolerancia. Sobre todo por haberme dedicado a este oficio del periodismo que es tan difícil, incomprendido y peligroso.
Nací en la ciudad de Guatemala el 11 de noviembre de 1928, el menor de ocho hermanos. Soy hijo de una bella mujer sanmartineca que se llamaba María Carlota García Martínez y del periodista José Palmieri Calderón, nacido en Valparaíso, república de Chile, pero por extrañas circunstancias vino con su familia Guatemala desde que tenía 14 años y aquí formó una numerosa familia.

La bella sanmartineca María Carlota García Martínez.
Cuando mi mamá era joven era tan bella que fue Reina de los Juegos Florales Centroamericanos y mi padre no pudo resistir la tentación de enamorarla, fue a buscarla a San Martín Jilotepeque y se casó con ella, pero para poder enamorarla se tuvo que construír la carretera desde Chimaltenango, cuando él era Inspector General de Caminos y su amigo el licenciado Clemente Marroquín Rojas era el Director General.

Mi papá está uniformado de militar porque, bajo las órdenes del coronel asimilado Clemente Marroquín Rojas, combatió y derrotó en Totonicapán a las fuerzas insurgentes del coronel Marciano Casado durante el gobierno constitucional del general Lázaro Chacón.

Comencé a escribir cuando tenía 11 años en la revista Faro Estudiantil del Colegio de Infantes, de los Hermanos Maristas, donde hice mis estudios de secundaria. Escribía novelas por episodios de policías y ladrones, como una que titulé Los Contrabandistas del Mississippi, que, por cierto, nunca supe cómo terminó.

Esta foto es de los alumnos del primer curso de bachillerato del Colegio de Infantes en el año 1942, entre quienes estoy sentado con las piernas cruzadas al lado izquierdo de la primera fila, en medio de mis compañeros Carlos “el sapo” Lainfiesta y “el sapo” Alberto Pérez.

Esta fotografía familiar fue tomada en el patio de la vieja casona que alquilábamos, en la que vivimos muchos años, situada en la 5a calle poniente de Jocotenango número 1, cerca del parque que antes se llamaba Morazán y hoy se llama Jocotenango. Están de pié mis inolvidables queridos hermanos Mario, Graciela, José Alfredo, Julio Roberto, Carlos Humberto, Federico Guillermo y Enrique Augusto. Estamos sentados mi papá, mi mamá, yo, mi abuela, doña Jesús Martínez viuda de García y mi tía Soledad García Martínez, una solterona fundamentalista católica. Como podrán ver, cuando era niño fui bastante bonito. ¡Pero el tiempo es implacable!

En esta otra foto de mi familia estamos los ocho hermanos Palmieri con nuestros padres y, además, el esposo de Graciela, mi bien recordado cuñado, Francisco Soto Marroquín, y la esposa de mi hermano José Alfredo, Laudia Ingram con tres de sus hijos, José Alfredo, el mayor, Óscar Edmundo y María Graciela en los brazos de mis papás. Sentados adelante estamos Julio Roberto, Federico Guillermo y yo.

Primera cédula de vecindad que obtuve en 1946, después de cumplir 18 años de edad.

Esta foto me la tomaron en la ciudad de Panamá el día que cumplí 18 años y a pesar de mi corta edad era gerente del cabaret Rialto que todos los días vendía más de US$20 mil, porque era en los tiempos de la postguerra y para resguardar el Canal habían bases militares estadounidenses.

Fui aventurero desde muy joven y me convertí en representante de un espectáculo que componían los asombrosos Telepáticos Brunet, un par de cubanos que tenían mucho éxito, el compositor y pianista chileno Tito del Moral y el excelente tenor veracruzano Víctor Manuel Tapia. Como podrán ver, los aviones de TACA de entonces eran muchìsimo más pequeños, muchísimo menos cómodos, desde luego, y enormemente menos potentes que los actuales Airbuses.

Mi venerada madre y yo, su octavo hijo, el menor.

Esta fue la segunda credencial de prensa que tuve. Me fue extendida por el periódico Nuestro Diario con fecha 1 de julio de 1951, cuando el propietario era don Federico Hernández de León y el director el periodista y licenciado Baltazar Morales de la Cruz. Escribía entonces imitaciones de crónicas teatrales que firmaba con el seudónimo “Apuntador”. Hace poco leí una de esas crónicas y me dio vergüenza porque comprobé que fueron muy primarias. La primera credencial de periodista que tuve fue del periódico oficial La Nación, que sustituyó al Liberal Progresista. Entonces era Cronista Deportivo Escolar y mi jefe era el recordado amigo Salvador Girón Collier, un respetable periodista deportivo de grata recordación. Debo confesarles con sinceridad que no me interesaban tanto los deportes escolares como ir a ver a las guapas patojas competidoras, entre quienes tuve algún amorío juvenil.

Cuando el gobierno del doctor Juan José Arévalo compró el periódico Nuestro Diario, trató de imponer al director que publicara como editoriales unos artículos partidistas escritos por altos funcionarios públicos, y el director, Pedro Julio García, prefirió renunciar. Con él nos fuimos todos los demás que colaborábamos en ese periódico, para organizar y fundar Prensa Libre, que pronto llegó a ser el diario de mayor circulación. Esta credencial fue firmada por el director pedro Julio García y el subdirector, Isidoro Zarco Alfasa.

Esta foto me la tomó en Suecia un fotógrafo de mucho prestigio internacional a quien se le dio por creer que debería dedicarme a la cinematografía. Probablemente fumaba marigüana.

Almorzando en la alquería Miraflores, o del Hermano Pedro, propiedad de mi amigo el general e ingeniero Miguel Ramón Ydígoras Fuentes, entonces Presidente Constitucional de la República, en compañía de mi cuñado Paco Soto Marroquín, esposo de mi muy querida y recordada, hermana Graciela, la mayor de los ocho hermanos, quien fue como una segunda madre para nosotros.
Aprovecho la oportunidad para decir que era una calumnia e infamia lo que se decía de Ydígoras Fuentes sobre que era un “loco” o un “payaso”. Lo que sucedía era que tenía un gran sentido del humor y se reía de muchas cosas que otros tomaban muy en serio. Fue un hombre de gran ilustracin, que leía muchísimo, de quien el periodista Clemente Marroquín Rojas solía decir que hasta entonces era el presidente más ilustrado que había tenido Guatemala en toda su Historia. Muchas personas de los sectores económicos poderosos se burlaban de él y le criticaban porque durante su campaña electoral había prometidos dos cosas: que tidos los guatemaltecos íbamos a poder tener un pollo en nuestras ollas y que iba a gobernar con “mano de acero inoxidable”, pero únicamente cumplió lo primero porque se abarató la carne de pollo gracias al incremento que se logró con las industrias para la crianza de pollos que estableció el exiliado cubano Domingo Moreira, pero no así lo segundo porque no tenía vocación dictatorial. Fu un hombre realmente excepcional y un gran amigo. También se ha dicho reiteradamente la mentira que fue derrocado por el ejército por su corrupción, pero la verdad fue que los militares más derechistas del país lo derrocaron porque creían que él quería ser sustituído por el doctor Juan José Arévalo Bermejo y le dieron el golpe de Estado cuando éste vino a Guatemala para encabezar su campaña electoral para impedir que volviera a la Presidencia quien había sido el primer presidente de la Revolución de octubre de 1944.

El tiempo no pasa en vano y era un joven periodista que fundó la inolvidable Revista La Semana, de la cual me he sentido muy orgulloso, pero solamente logró sobrevivir un año porque era una publicación “anti establishment”, como era la moda intelectual “avant garde” de aquellos días, el presidente de la República, general Carlos Manuel Arana Osorio, me citó a su despacho una noche para decirme que debía venderla inmediatamente o cerrarla porque a los militares no les gustaba el “anti establishment” porque les parecía una idea subversiva. Comprendí que sería inútil tratar de hablarle de los intelectuales estadounidenses William Burrougs, Allen Ginsberg y Jack Kerouack y opté por contestarle que podía informar a sus conmilitones que no debían preocuparse porque había decidido no correr riesgos mortales y la iba a vender. Así que se la tuve que “vender” a Editorial del Istmo, propiedad del licenciado Roberto Girón Lemus, quien a pesar de que se quedó con ella más de un año, el sinvergüenza nunca me pagó ni un sólo centavo de los US$35 mil convenidos.

En esta foto estoy cantando a dúo con el famoso cantante y actor mexicano Alberto Vásquez, quien por esos años era sumamente popular y competía con otros intérpretes del género Rock como Enrique Guzmán y César Costa. Alberto va cantar al salón Brasilia del hotel Ritz Continental donde yo tenía muy bien montadas las oficinas de la revista La Semana en uno de los pisos del edificio del hotel.

Así era yo cuando escribía columnas todos los días para El Gráfico, propiedad de Jorge Carpio Nicolle, por lo que recibía un salario miserable y nunca pude cobrar prestaciones laborales y a pesar de que cuando me despidieron por haber escrito un artículo en favor de que el presidente Cerezo, a quien odiaban con todas las fuerzas de su resentimiento político, y los diputados impidieron que asistiese a las exequias del emperador Hiroíto del Japón. Presenté una demanda laboral pero la ganó un astuto leguleyo cachimbiro, cínico y desvergonzado de la empresa periodística que, como castigo de Dios, no sobrevivió mucho tiempo y murió poco después de que su propietario fue asesinado en na carretera pero jamás se supo quiénes fueron los autores y este crimen ha quedado impune.
Esta serie de fotografías fueron tomadas durante los años en los que fui el columnista más leído del diario El Gráfico, de Jorge Carpio Nicolle, que lamentablemente desapareció porque su propietario la usaba para sus fines políticos del partido Unión del Centro Nacional (UCN), que él organizó para que le lanzara como candidato presidencial. Pero aunque participó en una elección no logró su propósito y poco tiempo después del “serranazo” fue emboscado una noche en una carretera por un grupo de hombres armados que lo asesinaron cobardemente y mataron también a otras personas que le acompañaban.

En México trabajé con el brillante y famoso periodista Jacobo Zabludovsky en su noticiario de televisión “24 Horas” que se transmitía por uno de los canales de la empresa Televisa. Esta fue también una etapa muy interesante de mi larga vida profesional. Al final de esa etapa dejé el periodismo durante algún tiempo porque probé algunas drogas alucinógenas que me condujeron a una situación mística y de autocrítica y me convertí en un hippy o “drop-out”.

En el año 1949 nació en México mi hijo primogénito que se llama como yo, Jorge Palmieri, pero su apellido materno es Muñoz de Cote. Su madre es una reconocida sicóloga mexicana con quien nunca me casé y actualmente es una sicóloga especializada en sicoterapias de grupo y vive en Charlottsville, estado de Virginia, Estados Unidos de América. Como podrán ver, Jorge junior era entonces un muchacho muy bien parecido. Se ha dedicado profesionalmente a la fotografía y me ha dado muchos motivos de satisfacción y orgullo. Uno de ellos es que en su primer matrimonio me dio dos lindas y encanyadoras nietas -Gabriela y Stephanie- a quienes amo entrañablemente, pero, lamentablemente, nos hemos visto muy pocas veces porque viven en Washington, Distrito de Columbia.
(Continuará mañana)