Otra forma de impartir justicia

Es necesario que se entienda que cuando dos bandos en pugna que han sido contendientes durante un largo y sangriento conflicto armado firman un Acuerdo de Paz Firme y Duradero ?como el que firmaron el 29 de diciembre de 1996 en el Palacio Nacional de la Cultura unos representantes del gobierno en turno y los representantes de las facciones guerrilleras que conformaron la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG)- es imprescindible que todos asumamos una actitud conciliadora y se olviden los agravios y todo lo que pueda poner en peligro la paz y causar la continuación de la confrontación a la que se puso punto final al suscribir el acuerdo de paz.
Se debe comprender que imponer justicia no equivale únicamente a castigar a algunos de los protagonistas, sino se debe también hacer un reconocimiento justo y equitativo del por qué de las acciones que tomaron unos y otros y, sobre todo, de las circunstancias que rodearon a esos hechos. De no ser así, de nada habrá servido haber suscrito un Acuerdo de Paz que, evidentemente, nada tiene de firme ni de duradera mientras sigan vigentes las posiciones antagónicas de unos u otros. Si no es así, vamos a vivir una permanente y eterna confrontación que no permitirá jamás que haya paz mientras algunos de los miembros de uno de los dos bandos persistan en mantener una actitud revanchista contra quienes les combatieron y les derrotaron. Más vale que todos lo entendamos antes de que pueda ser demasiado tarde para arrepentirnos de no haberlo hecho cuando todavía estábamos a tiempo.
Cuando se celebraba con justo optimismo la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera hubo unas voces agoreras que profetizaron que no sería fácil llegar a vivir realmente una paz firme y duradera mientras no todos comprendiesen lo que eso significa, porque la naturaleza sicológica de algunos de nuestros compatriotas es todavía demasiado primitiva y no tiene la capacidad necesaria para comprender que no se puede vivir en paz mientras se sigan hurgando los hormigueros de la incomprensión e intolerancia.
A raíz de haber suscrito los numerosos acuerdos durante el largo proceso que se siguió hasta llegar a firmar el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, el sector militar -que, dicho sea de paso, hay que recordar que ya había ganado la guerra- aceptó asumir un perfil bajo para que nadie pudiese temer que pretendía seguir siendo la fuerza predominante del país, y para ello tuvo que armarse de humildad y adoptar medidas para reducir sus filas. Pero eso no significa que están obligados a tolerar que se pretenda imponer castigos inmerecidos y hacer escarnio de algunos de los elementos que durante los años del conflicto armado se vieron en la necesidad -y la obligación- de defender la institucionalidad en general y en particular a los gobiernos que se sucedieron.
Están equivocados quienes puedan creer que en Guatemala se podrá llegar a vivir en paz solamente después de haber impartido ?justicia? al imponer castigos ejemplares a las personas que, durante esos años, por defender la estabilidad del gobierno establecido, creyeron necesario tomar severas medidas represivas contra quienes trataban de derrocarlo con las armas en la mano para imponer por la fuerza un sistema político que está de sobra comprobado que la mayoría de los guatemaltecos nos resistimos a aceptar y estamos firmemente dispuestos a oponernos a como dé lugar que lo impongan.
A estas alturas del proceso histórico que nos ha tocado vivir parece mentira que sea necesario hacer comprender esto a algunos de los descendientes de las víctimas de la violencia que se vivió durante más de tres décadas de conflicto armado entre las fuerzas de la subversión y las autoridades. Nunca podremos llegar a vivir en paz y armonía mientras unos miembros de uno de los dos bandos que se enfrentaron en ese conflicto armado continúen tratando de imponer sus condiciones como requisito previo para vivir en paz con los sobrevivientes del otro bando.
Parece un cruel contrasentido que la persona que con más persistencia ha venido tratando de cobrar venganza contra quienes eran funcionarios públicos durante esos años y defendían al gobierno y la institucionalidad, sea precisamente una ex activista de la subversión que inmerecidamente recibió el premio Nobel de la Paz en 1992, o sea Rigoberta Menchú Tum, hija del dirigente del Comité de Unidad Campesina (CUC), uno de los brazos armados de la subversión, que encabezó al pequeño grupo de campesinos del Triángulo Ixil del departamento de El Quiché que, con los miembros de una célula subversiva de estudiantes de la Universidad de San Carlos, y todos con la cara cubierta con pasamontañas, como si fuesen asaltantes comunes, tomaron por asalto las oficinas de la embajada de España en Guatemala el 30 de enero de 1980 y fueron los culpables de que estallaran todas las botellas con gasolina o cócteles molotov que llevaban, lo cual tuvo como consecuencia que se quemara el oxígeno y asfixiara a todas las personas que se encontraban en las instalaciones.
Es comprensible que esa compatriota indígena de la raza k’iché, que se dice ?descendiente de los Mayas?, sea quien más insiste en que sean castigados y escarnecidos algunos militares que en algún momento han gobernado nuestro país, para que paguen lo que otros hicieron contra sus padres y a su hermano por haber sido militantes de la subversión, pero es necesario que entienda que tanto ella como la fundación que lleva su nombre no ayudan para nada a que se pueda vivir en paz y armonía en Guatemala, sino, todo lo contrario, mantienen abiertas las heridas que constantemente baña con vinagre cada vez que exige que los tribunales de España se hagan cargo de extraditar, juzgar e imponer sentencias condenatorias contra algunos que no tuvieron ninguna participación en la suerte que ellos corrieron. En vez de seguir promoviendo dentro y fuera del país actos de venganza contra quienes durante esos años constituían las autoridades militares, deberá comprender que, gracias a Dios, la guerra ya terminó y es necesario que unos y otros pongamos de nuestra parte lo que sea preciso para poder sobrevivir en paz y armonía. Por lo menos hasta donde esto pueda ser posible. Porque ya está de sobra comprobado que no todos los descendientes de quienes sufrieron en carne propia la cruenta ?conquista? española y la imposición de una cultura europea muy diferente a la que aquí se tenía, están dispuestos a dejar atrás los recuerdos de esos agravios. Estamos viendo que hay algunos que no buscan a quienes se las deben, sino a quienes se las puedan pagar. Y no puede ser así la cosa.

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