Día Nacional de los Estados Unidos de América

Los Estados Unidos de América, la nación más poderosa del planeta actualmente, celebra hoy su Día de Fiesta Nacional en conmemoración del 232 aniversario de su Declaración de Independencia del Imperio Británico, la cual logró después de una larga y cruenta guerra, conocida también como Revolución Americana, un conflicto que enfrentó a las trece colonias británicas originales en América del Norte contra el Reino Unido.
Por este motivo, presento un saludo respetuoso y cordial al jefe de esa misión diplomática en Guatemala, mi estimado amigo el embajador James Michael Derham, el cual hago extensivo a los miembros del gobierno que representa y, en general, a todos los estadounidenses, particularmente a los radicados aquí, o están de visita en nuestro país.
Asimismo, aprovecho la oportunidad para dar un saludo de despedida al embajador Derham porque en los próximos días se marchará de Guatemala por haber cumplido el tiempo de su gestión, porque presentó sus Cartas Credenciales el 1o. de septiembre del 2005. Gestión que fue no sólo fue exitosa en la mayoría de sus cometidos, sino dejará muy gratos recuerdos entre quienes tuvimos el privilegio de conocerle y cultivar su amistad personal. Me despido también de la señora Joleen Schweitzer de Derham, una mujer encantadora quien también deja entre nosotros numerosos amigos.


Embajador James M. Derham (Foto de Paulo Raquec de Siglo Veintiuno)

Hechos históricos
La Guerra por la Independencia de las 13 colonias británicas que inicialmente integraron los Estados Unidos de América, ahora compuesto por 50 estados, ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la derrota británica en el batalla de Yorktown y la firma del Tratado de París o Paz de Versalles.
El 2 de julio de 1776, el Congreso de los colonos en los trece estados resolvió que: “estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, estados libres y soberanos” y dos días más tarde, el 4 de julio de 1776, hoy hace 232 años, se reunieron en la ciudad de Filadelfia 56 congresistas para aprobar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que redactó Thomas Jefferson con la ayuda de otros ciudadanos de Virginia. Se imprimió papel moneda y se iniciaron relaciones diplomáticas con potencias extranjeras. En este congreso se encontraban cuatro de las principales figuras de la Independencia: George Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams. De los 56 congresistas, 14 murieron durante la guerra y Benjamin Franklin se convirtió en el primer embajador de los Estados Unidos, con sede en París, Francia, y jefe de los Servicios Secretos.
La unidad se extendió entonces por las 13 Colonias para luchar contra los británicos. La declaración presentó una defensa pública de la Guerra de Independencia, incluida una larga lista de quejas contra el soberano inglés Jorge III. Pero, sobre todo, explicó la filosofía que sustentaba la independencia, proclamando que todos los hombres nacen iguales y poseen ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que los gobiernos pueden gobernar solamente con el consentimiento de los gobernados; y que cualquier gobierno puede ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo. Esta teoría política tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y ocupa un lugar prominente en la tradición política anglosajona.
Durante la guerra, Francia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas comandadas por el Marqués de La Fayette, mientras que España lo hizo desde el principio gracias a Bernardo de Gálvez y de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante armas, suministros y abriendo un frente en el flanco Sur.
Las trece colonias britanicas que se independizaron de Gran Bretaña en 1776 edificaron el primer sistema político liberal y democrático, alumbrando una nueva nación, los Estados Unidos de América, incorporando las nuevas ideas revolucionarias que propugnaban la igualdad y la libertad. Esta sociedad colonial se formó a partir de oleadas de colonos inmigrados, y no existían en ella los rasgos característicos del rígido sistema de clases europeo.
En las colonias del Sur (Virginia, las Carolinas y Georgia) se había organizado un sistema esclavista con unos 500.000 esclavos negros traídos del África que trabajaban las plantaciones de tabaco, algodón y azúcar. De este modo, la población de las colonias estaba compuesta por grandes y pequeños propietarios y esclavos.
Los antecedentes a la Guerra de Independencia se remontan a la confrontación franco-británica en Norteamérica y a las consecuencias de la Guerra de los Siete Años, que terminó en 1763. El 10 de febrero, el Tratado de París puso fin al imperio colonial francés en América del Norte y consolidó a Inglaterra como la potencia hegemónica en este continente. En oposición sólo tenía a España que controlaba Nueva Orleans, la ciudad más importante, con unos 10.000 habitantes. Respecto a Francia, la pérdida territorial no fue sentida como algo catastrófico porque conservaba los derechos pesqueros en Terranova y la población católica francófona recibiría un trato de respeto. Por otro lado, en el Caribe las pérdidas pueden ser compensadas pues la colonia principal francesa del Caribe era Puerto Príncipe (la Española), que producía la mitad del azúcar que se consumía en todo el mundo, y su comercio con África y las Antillas estaba en pleno apogeo.
Respecto a los colonos estadounidenses, la guerra modificó radicalmente el panorama anterior. Los francófonos católicos de Quebec, tradicionales enemigos de los colonos estadounidenses de las 13 colonias recibieron un trato de respeto de parte de las autoridades británicas. Trato que se confirmó en 1774 cuando se dotó a Canadá de un estatuto particular entre las colonias estadounidenses, llevándose sus fronteras hasta la confluencia de los ríos Ohio y Mississipi. Asimismo, su población conservó un derecho civil propio y la Iglesia Católica fue reconocida. Todos estos movimientos fueron mal aceptados por la población de las Trece colonias.
Aunque las causas de este conflicto fueron fundamentalmente el injusto trato de parte de la Gran Bretaña a los colonos en este territorio, ya que éstos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli pero no tenían medios para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados.
La guerra
Después del triunfo de Gran Bretaña sobre Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) en la que recibió gran ayuda económica y militarmente de las colonias, dicha colaboración no fue recompensada. Las medidas represivas del gobierno inglés, producidas tras sublevaciones como el Motín del té de Boston y las sanciones de las Actas Intolerables, provocaron el inicio de la Guerra de Independencia.
El descontento se extendió por las trece colonias y provocó una manifestación en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos tan indispensables como el papel, el vidrio o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el gobierno inglés se hizo de oídos sordos a las peticiones de los colonos. Pero éstos no iban a consentir que la situación continuara así, con lo que se reunieron junto a varios miembros de otras poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación.
En 1773 los colonos se reunieron en Boston. De Gran Bretaña llegaron tres naves cargadas de cajas que contenían té. Varios miembros de la sociedad secreta se disfrazaron de indios y nadaron hasta alcanzar los tres barcos. Una vez allí capturaron a sus tripulantes y tiraron el cargamento por la borda. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, lo que intranquilizó a los británicos.
En 1774 se reunió por primera vez el Congreso de colonos en contra de la servidumbre a los británicos y a favor de la creación de una patria independiente. Ya para entonces se discuten unas hipotéticas leyes. Pese al clima de enemistad en las colonias contra los ingleses, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey inglés Jorge III que eran llamados king?s-friends (?amigos del rey?).
Los primeros combates
El 19 de abril de 1775, unos soldados ingleses salieron de Boston para impedir la rebelión de los colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos en la vecina ciudad de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Alguien abrió fuego (nadie supo nunca quién fue), y de esta manera comenzó la Guerra de Independencia. Entonces los ingleses tomaron Lexington y Concord, pero en su regreso hacia Boston fueron hostigados por cientos de voluntarios de Massachusetts. Así se produjeron las primeras bajas de la contienda, 8 soldados colonos. Para junio, 10.000 soldados coloniales estaban sitiando Boston. los britanicos principalmente atacaron luciendo unas casacas rojas.
En mayo de 1775, un Segundo Congreso Continental se reunió en Filadelfia y empezó a asumir las funciones de gobierno nacional. Nombró catorce generales, autorizó la invasión a Canadá y organizó un ejército de campaña bajo el mando de George Washington, un adinerado hacendado de Virginia y veterano de la Guerra Francesa e Indígena.
Consciente de que las colonias sureñas desconfiaban del fanatismo de Massachusetts, John Adams presionó para que se eligiera comandante en jefe a este coronel de la milicia virginiana, de 43 años de edad. Fue una elección inspirada. Washington asistía de uniforme al Congreso y tenía el aspecto adecuado: era alto y sereno, con un digno aire militar que inspiraba confianza. Como dijo un congresista: ?No es un tipo que actúe alocadamente, que despotrique y jure, sino es alguien sobrio, firme y calmado?.
Se empezaron a reclutar soldados por todas partes de las colonias. Muchos de ellos eran hombres que vivian del campo o cazadores que eran bravucones y poco avezados en el combate. En las primeras luchas contra los británicos, George Washington llegó a decir: ?hemos reclutado un ejército de generales, no obedecen a nadie?.
Al principio, la guerra fue desfavorable para los colonos. En junio de 1775 se produjo una batalla en la colina denominada Búnker (Bunker Hill), frente a la ciudad de Boston. Los colonos sublevados se encontraban perfectamente atrincherados y los británicos asaltaron la colina con 2.000 efectivos, pero los colonos no retrocedieron y resistieron y cuando los últimos asaltantes consiguieron llegar a la cima las bajas británicas eran de 800. Fue una victoria pírrica para los ingleses. Los insurgentes, además, hicieron circular su versión de los hechos, que no era otra sino que se habían retirado simplemente por la falta de munición y no por el empuje de “los casacas rojas”.
Estos hechos convencieron al gobierno británico de que no se enfrentaba simplemente a una turba de Nueva Inglaterra y barrió casi cualquier objeción que los miembros del gabinete tuvieran contra la conquista de las colonias. La confirmaron de que Inglaterra estaba envuelta en una guerra y no en una simple rebelión, dictó una política militar dieciochesca convencional, consistente en maniobras y batallas entre ejércitos organizados.
Este cambio de estrategia forzó a los británicos a evacuar la ciudad de Boston en marzo de 1776, y transferir sus principales fuerzas a Nueva York, cuya población se presumía que era más favorable a la causa de la Corona y contaba con un puerto superior y una posición central. En consecuencia, en el verano de 1776, sir William Howe, que sustituyó a Gage como comandante en jefe del ejército británico en Norteamérica, arribó al puerto de Nueva York con una fuerza de más de 30 mil hombres. Howe tenía intención de aislar Nueva Inglaterra de los otros rebeldes y así derrotar al ejército de Washington en una batalla decisiva. Iba a pasar los dos años siguientes tratando de llevar a cabo este plan.
Según todas las apariencias, un enfrentamiento militar prometía todas las ventajas para Gran Bretaña, entonces una de las potencias más poderosas de la tierra, con una población de unos 11 millones, comparada con los 2.5 millones de colonos, una quinta parte de los cuales eran esclavos negros. La armada británica era la mayor del mundo y casi la mitad de sus buques participaron inicialmente en el conflicto con los nacientes Estados Unidos. El ejército era una fuerza profesional bien entrenada; en 1778, llegó a tener cerca de 50 mil soldados estacionados solamente en Norteamérica, a los cuales se añadieron más de 30 mil mercenarios alemanes durante la contienda.
Para enfrentarse a ese poder militar, los rebeldes tenían que empezar de la nada. El Ejército Continental que crearon tenía menos de 5 mil efectivos permanentes, complementados por unidades de las milicias estatales de diferentes tamaños. En la mayoría de casos, unos oficiales inexpertos, no profesionales, servían como jefes militares. Washington, el comandante en jefe, por ejemplo, solo había sido coronel de regimiento en la frontera de Virginia y tenía poca experiencia en el combate. No sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca había dirigido un asedio a una posición fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido de las capas medias de la sociedad, había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial francés.
Es más, “sucede con frecuencia que los colonos preguntan a los oficiales franceses qué oficio tienen en Francia”. No es de extrañar, pues, que la mayoría de los oficiales británicos pensara que el ejército insurgente no era “más que una banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones” incapaces de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Un general británico llegó a alardear que con mil granaderos podía “ir de un extremo a otro de Norteamérica y castrar a todos los hombres, en parte por la fuerza y en parte con un poco de persuasión”.
Sin embargo, estos contrastes eran engañosos, porque las desventajas británicas eran inmensas desde el principio del conflicto. Gran Bretaña tenía que conducir la guerra desde el otro lado del Atlántico, a cinco mil kilómetros de distancia, con los consiguientes problemas de comunicaciones y logística; incluso alimentar adecuadamente era un problema casi insalvable. Al mismo tiempo, tenía que hacer una guerra absolutamente diferente a la que cualquier país había librado en el siglo XVIII. La propia Norteamérica era inconquistable. La enorme extensión del territorio hacía que las maniobras y operaciones convencionales fueran difíciles y engorrosas. El carácter local y fragmentario de la autoridad en Norteamérica inhibía cualquier acción decisiva por parte de los británicos. No había ningún centro neurálgico con cuya captura se pudiera lograr aplastar la rebelión. Los generales británicos acabaron por decidir que su principal objetivo debía ser enfrentarse al ejército de Washington en una batalla, pero, como dijo el comandante en jefe británico, no sabían como hacerlo, ?ya que el enemigo se mueve con mucha más celeridad de la que nosotros somos capaces?.
Una de las causas de los resultados negativos de los colonos eran sus mosquetes ya demasiado anticuados que sólo podían disparar a pocos metros para obtener precisión. Esto llevó a que se creara un nuevo tipo de arma más eficaz, que fue el fusil modelo Pennsylvania, de gran precisión desde más de 80 metros. Los colonos en estos primeros combates lucharon al estilo de las guerrillas.
Por su parte, Washigton comprendió desde el principio que por el lado norteamericano la guerra tenía que ser defensiva. “En todas las ocasiones debemos evitar una acción general o arriesgar nada, a menos que nos veamos obligados por una necesidad a la cual no deberíamos vernos arrastrados”, dijo ante el Congreso en septiembre de 1776. Aunque nunca actuó como cabecilla guerrillero y todo el tiempo se concentró en crear un ejército profesional con el cual pretendía batir a los británicos en una batalla abierta, en realidad, sus tropas pasaban buena parte del tiempo librando escaramuzas con el enemigo, acosándolo y privándole de comida y avituallamiento siempre que era posible, o sea lo que ahore se conoce como guerra de guerrillas. En esas circunstancias, la dependencia de los norteamericanos de unas fuerzas de la milicia no profesionales y la debilidad de su ejército organizado los convertían, como dijo un oficial suizo, en más peligrosos que “si tuvieran un ejército regular”. Los británicos no comprendieron nunca a qué se enfrentaban; esto es, a una verdadera revolución popular porque contaba con un apoyo generalizado. Por ello, contínuamente subestimaron el aguante de los rebeldes y, por el contrario, sobreestimaron la fuerza de los colonos leales a la Corona. Al final, la Independencia acabó significando más para los norteamericanos que la reconquista o conservación de las 13 Colonias para los ingleses.
La batalla de Saratoga
Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1777, cuando un ejército británico bajo el mando del general John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el Norte del estado de Nueva York. Este fue el golpe de gracia y propagandístico que necesitaban los colonos para su Independencia. Desde Canadá llegaron indios dirigidos por Joseph Brant, a favor de los británicos porque los colonos les estaban expropiando sus tierras cada vez más. La expedición estaba comandada por el general John Burgoyne y pretendía llegar a Albany. Sin embargo, fueron interceptados y tuvieron que presentar batalla en Freeman, cerca del río Hudson. Aquí estaban los colonos comandados por Benedict Arnold (el mismo que después fue un traidor), Horatio Gates y Daniel Morgan. Este último comandaba a fusileros vestidos con pieles y que eran antiguos cazadores.
El general Burgoyne contaba con 600 mercenarios alemanes mientras que los británicos llegaron a utilizar hasta 16.000 en toda la guerra para tomar la granja. El 9 de septiembre Morgan tenía a sus hombres bien escondidos en un bosque contiguo a la granja y en los trigales de la misma. Una vez se acercan los mercenarios alemanes, los fusileros saleieron de sus escondites y dispararon a los enemigos, produciendo gran sorpresa entre estos y provocando que caigan a decenas. Entonces el general Burgoyne mandó otros 600 más, que también cayeron. Los británicos retrocedieron, pero Burgoyne resistió, aunque sin suministros ni víveres, y consiguió poco tiempo después tomar la granja.
Horatio Gates, aunque era un hombre pesimista, fue convencido por Morgan y Arnold para lanzar un ataque contra los británicos. Con los cañones incautados a las tropas británicas, bombardean la granja y consiguieron la rendición de Burgoyne. Entre el cañoneo de los colonos el general británico Simon Fraser ordenó una carga de caballería totalmente desesperada, por lo difícil de la situación. Esta carga fue rápidamente neutralizada por los hombres de Morgan que consiguieron acabar con el general. Éste, antes de morir pidió ser enterrado en el campo de batalla, y para ello varios soldados británicos se reunieron, lo que llegó a confundir a los colonos que creyeron que los enemigos se estaban reorganizando para otro ataque y empezaron a cañonear la zona en que estaban enterrando al general Fraser y, aunque no dieron en el blanco sí produjeron que los que se esforzaban en la faena fueran salpicados con la arena y el polvo. Al final se pudo enterrar a Fraser entre una lluvia de balas de cañón. Este hecho produjo esta frase de un general alemán llamado Riedesel: “¡qué gran entierro para un gran guerrero!”
Ayuda extranjera y final de la guerra
Alentados por la victoria de Saratoga, Francia y España veían la oportunidad como una ocasión de oro para lograr la revancha del desastroso Tratado de París de 1763, con el que concluyó la Guerra de los Siete Años. Así, Francia, tras unos meses de cierta vacilación, entró abiertamente en la guerra firmando una alianza con los colonos en febrero de 1778. Pese a sus escasas provisiones y limitado adiestramiento, las tropas coloniales pelearon bien en general, pero podrían haber perdido la guerra si no hubiesen recibido ayuda del erario francés y de la poderosa marina francesa.
Por su parte, España, aunque en seguida ayudó a los rebeldes con dinero, armas y municiones, se mostró reacia a la intervención directa, debido al temor de Floridablanca a las consecuencias de un conflicto armado; incluso aspiró a algo que, de momento, resultaba una verdadera utopía: la mediación entre los contendientes. Los objetivos españoles en América eran expulsar a los británicos tanto del Golfo de México como de las orillas del río Mississippi y conseguir la desaparición de sus asentamientos en América Central.
Después de 1778, la lucha se trasladó en gran medida al Sur y el conflicto ya había adquirido un cariz internacional con la entrada de Francia. Un año más tarde la realidad se impuso y España declaró la guerra a Inglaterra, pensando incluso en la posibilidad de invadir Gran Bretaña mediante el concurso de una armada francoespañola, plan que resultó inviable. Para su entrada abierta en el conflicto el gobierno español había firmado el llamado tratado de Aranjuez, acuerdo secreto con Francia sellado en Aranjuez el 12 de abril de 1779, por el cual España conseguía una serie de concesiones a cambio de unirse a su aliado en la guerra. Francia prometió su ayuda en la recuperación de Menorca, Mobile, Pensacola, la bahía de Honduras y la costa de Campeche y aseguró que no concluiría paz alguna que no supusiera la devolución de Gibraltar a España. Esto provocó que los británicos tuvieran que desviar a Gibraltar tropas destinadas en un principio a las colonias.
Los puertos de Toulon y Brest, en Francia, que estaban bloqueados por los británicos, pero fueron desbloqueados por la falta de efectivos. Con los puertos atlánticos abiertos, los franceses pudieron llevar tropas a América al mando del Marqués de La Fayette, lo cual fue de gran ayuda para los colonos en su guerra. Más tarde también Holanda se uniría a la coalición formada por España y Francia, por sus ambiciones de ganar posiciones por el dominio de los mares.
En 1781, 8.000 soldados británicos al mando del general Charles Cornwallis fueron rodeados en Virginia, el último reducto, por una flota francesa y un ejército combinado franco-estadounidenses de 16.000 hombres al mando del general George Washington. Así tuvo lugar la batalla de Yorktown. Cornwallis se rindió y poco tiempo después el gobierno británico propuso la paz. Murieron 156 británicos, 52 franceses y 20 independentistas, siendo los últimos en caer en la Guerra de la Independencia.
En los restantes frentes, entre 1779 y 1781, España sitió Gibraltar, una vez más infructuosamente, y se iniciaron una serie de campañas en América contra distintos puntos estratégicos del Golfo de México en manos británicas, en la mayoría de los casos coronadas por el éxito, como Pensacola. Por otro lado, una exitosa expedición a Menorca permitió la recuperación de la isla en febrero de 1782. El Tratado de París o Paz de Versalles se firmó el 3 de septiembre de 1783 entre Gran Bretaña y Estados Unidos y puso término a la Guerra de Independencia. El cansancio de los participantes y la evidencia de que la distribución de fuerzas, con el predominio inglés en el mar, hacía imposible un desenlace militar, que condujo al cese de las hostilidades.
Tratado de París de 1783 o Paz de Versalles
Estos fueron algunos de los principales acuerdos:
* Se reconoció la independencia de Estados Unidos de América y se otorgó a la nueva nación todo el territorio al Norte de Florida, al Sur del Canadá y al Este del Río Mississippi. El paralelo 32º se fijó como frontera Norte. Asimismo, Gran Bretaña renunció al valle del Ohio y dio a Estados Unidos plenos poderes sobre la explotación pesquera de Terranova.
* España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida oriental y occidental. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua, Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre las Bahamas. Sin embargo, Gran Bretaña conservaba la estratégica posición de Gibraltar porque en esto Londres se mostró inflexible debido a que el control del Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza de la Roca.
* Francia recuperaba algunos enclaves en las Antillas, además de las plazas del río Senegal en África.
* Holanda recibía Sumatra, estando obligada a entregar Negapatam en la India a Gran Bretaña y a reconocer a los ingleses el derecho de navegar libremente por el Índico.
* Gran Bretaña mantenía a Canadá bajo su Imperio, a pesar de que los estadounidenses trataron de exportar a tierras canadienses su revolución.
* Finalmente, se acordó el intercambio de prisioneros.
En general los logros alcanzados pueden juzgarse favorables a España y en menor medida para Francia, a pesar del elevado coste bélico y las pérdidas ocasionadas por la casi paralización del comercio con América, un pesado lastre que gravitaría sobre la posterior situación económica española. Por otra parte, el triunfo de los rebeldes estadounidenses sobre Inglaterra no iba a dejar de influir en un futuro próximo sobre las colonias españolas. Esta influencia vino por distintos caminos: la emulación de lo realizado por comunidades en similares circunstancias, la solidaridad de los antiguos colonos con los que aún lo eran, la ayuda de otras potencias interesadas en la desaparición del imperio colonial español, etc. Estos aspectos se manifestaron de un modo claro durante las Guerras Napoleónicas.
Para terminar, expreso al noble pueblo estadounidense mi ferviente deseo por que el próximo 4 de noviembre tengan una elección democrática ejemplar, entre el candidato Republicano John McCain y el candidato Demócrata Barack Obama, en la cual sea el triunfador quien mejor garantice la paz, la tranquilidad el progreso y la felicidad de ese gran país.

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