INCONCEBIBLE MEZQUINDAD

Tenía programado publicar hoy la interesante disertación del escultor guatemalteco José (Pepo) Toledo Ordóñez pronunciada durante la reciente inauguración de su exposición Esculturas Peligrosas en el Museo del Maestro José Luis Cuevas de la Ciudad de México, pero pospongo esa publicación debido a que esta mañana leí con profunda indignación la columna en elPeriódico del estimado colega Gustavo Berganza, la cual creo necesario reproducir porque estoy totalmente de acuerdo con su contenido; y al final de su artículo añadiré mi comentario:

¿Quién tiene derecho a llamarse guatemalteco?
Un deseo de exclusión y de intolerancia.
Gustavo Berganza
“Como secuela de la concesión del Premio Nacional de Literatura algunos escritores guatemaltecos han expresado su inconformidad con que el ganador de este galardón este año sea Francisco Pérez de Antón, quien no lo merece, dicen, porque nació en España. Uno de quienes se opone al premio de Pérez de Antón dice: “El malinchismo ya llegó al Premio Nacional de Literatura: no han terminado de pasar 500 años de colonización hispana en América cuando ya en Guatemala por primera vez se concede un Premio Nacional de Literatura a un español, y eso que solo lleva 20 años de vivir en este país”.
Semejante postura lo que trasluce es el choque entre los conceptos de comunidad y sociedad y entre las visiones del ius solis y el ius sanguina como criterios para asignar el derecho de quién es considerado ciudadano de esa entidad político-social-cultural a la que llamamos país. Y también un deseo de exclusión y de intolerancia hacia el otro.
En el primer caso, Ferdinand Tönnies, en los albores de la sociología, distinguía a la comunidad (gemeinschaft) de la sociedad (gesellschaft) como dos variantes de formas de asociación dentro un estado-nación. La comunidad implica lazos más estrechos, mayor control social y primordialmente la idea de un origen común, que se traduce en lazos de parentesco entre quienes integran el grupo social. Las comunidades tienden a ser muy restrictivas para decidir quién pertenece o no a ellas, porque en general de la membresía depende el acceso a bienes escasos. En el altiplano oriental, la comunidad de Santa María Xalapán asigna tierras y el derecho de explotarlas solo a los miembros de la comunidad que son, generalmente, hijos de los colonos originarios. En una sociedad, los lazos son más débiles y las relaciones no se basan exclusivamente en coincidencia de religión, parentesco o lugar de nacimiento, como sucede en las comunidades pequeñas. Los integrantes de una sociedad lo son porque aceptan los códigos culturales, legales y morales, aunque no hayan nacido dentro de ese grupo. Es un concepto más funcional que esencialista y más eficiente para entender cómo funcionan los grupos sociales. Esto trasladado al ius sanguina y al ius solis como principio para asignar el certificado de pertenencia a esa sociedad extendida que llamamos estado-nación moderno implica, en el primer caso reconocer solo a los descendientes de los pobladores originarios, aquellos que tienen la sangre común. Un principio que es el que ha privado hasta hace poco en países como Alemania e Italia. El ius solis, propio de los países anglosajones y de Francia, se basa en la residencia y en la aceptación del emigrante de las normas, usos y costumbres del país. Es el principio que, por fortuna, ha adoptado Estados Unidos y también Guatemala.
Francisco Pérez de Antón emigró a Guatemala en la década de los sesenta. Se casó con mujer guatemalteca y aquí ha vivido durante más de 40 años. Es en este país en donde se ha realizado como empresario, periodista y escritor. Su obra narrativa se funda en motivos de esta tierra, desde su volumen de cuentos Cansados de esperar el sol, que toman motivos del Popol Vuh, hasta sus novelas recientes, las cuales hacen un recorrido por la historia de Guatemala que va desde la colonia hasta la etapa republicana liberal.
A mí me parece reflejo de un pensamiento angosto recurrir a categorías comunitarias y al derecho de sangre para negarle el derecho a Pérez de Antón de ser guatemalteco. Porque aquí lo que está en juego no es solo quién merece o no un galardón, sino decidir quiénes pueden ser considerados guatemaltecos y quiénes no.  Bajo esa directriz,  Mario Vargas Llosa, peruano de nacimiento y con doble nacionalidad, jamás habría sido nombrado para integrar la Real Academia de la Lengua Española, una distinción a la que solo suelen acceder españoles. O, por citar otro ejemplo que seguramente los detractores de Pérez de Antón conocerán, el gobierno de Cuba nunca le habría otorgado el año pasado el Premio Nacional de Literatura de ese país al extraordinario novelista Daniel Chavarría, quien nació en Uruguay.
Menos mal que ese criterio tan estrecho para definir nacionalidades y  el derecho de uso del gentilicio “guatemalteco” no malogró la decisión de entregar en 1997 el Premio Nacional de Literatura a Augusto Monterroso. Porque ustedes recordarán que Monterroso nació en Tegucigalpa y vivió la mayor parte de su vida en México. En esa oportunidad, para fortuna de las letras nacionales, nadie habló de malinchismo ni de usurpación catracha.” (Fin de la columna)

Mi comentario:

Reitero que comparto totalmente el contenido del artículo del estimado colega Gustavo Berganza y me pronuncio enérgicamente en contra de los mezquinos escritores guatemaltecos que han protestado por el hecho de que este año se le haya otorgado el Premio Nacional de Literatura al brillante escritor Francisco Pérez de Antón por el hecho de no haber nacido en Guatemala, sino en España, pero vino a nuestro país en la década de los sesenta y se casó con una distinguida y sumamente estimada dama guatemalteca, su amada Consuelo, con quien tienen dos hijos guatemaltecos. Por cierto que, para agregar un toque de romanticismo a esta feliz unión, debo decir que Paco Pérez de Antón no vino a Guatemala con el propósito de “hacer la América” y enriquecerse, como otros, sino vino tras los pasos de una novia que había tenido en España cuando ella estudiaba allá pero regresó a Guatemala. Tengo entendido que Paco ya adoptó la nacionalidad guatemalteca y, además, durante los años que ha permanecido en Guatemala ha aportado mucho más a nuestro país en diversos campos que cualquiera de los envidiosos que adversan su premio. Por otra parte, no creo que haya alguna persona –por envidiosa, ignorante  o mezquina que pueda ser– que se atrevería a poner en duda su extraordinaria calidad de periodista (como lo demostró de sobra con su inolvidable Revista Crónica) ni de acucioso historiador y de fecundo novelista. ¡Mucho menos podría poner en entredicho su elevada calidad intelectual y personal!

Mi padre, el periodista José Palmieri Calderón (qepd), había nacido en Valparaíso, Chile, el 13 de noviembre de 1887, y vino a Guatemala con sus padres cuando tenía solo 13 años de edad, aquí creció y aprendió a sentir un profundo amor por este país, donde comenzó a desarrollarse como periodista y fundó el primer gran diario que hubo en Guatemla, el Diario Nuevo, asociado con sus entrañables amigos los destacados periodistas Clemente Marroquín Rojas, el salvadoreño Carlos Bauer Avilés, Emilio Barrios Pedroza y José Valle, entre otros, que apoyaban la candidatura presidencial del general Lázaro Chácón en oposición a la candidatura del general Jorge Ubico Castañeda, quien cuando finalmente ocupó la Presidencia de la República a raíz del misterioso envenenamiento de Chacón, con el obvio propósito de descalificar a mi padre Ubico prohibió que un periodista que no fuese guatemalteco pudiese opinar sobre la política de Guatemala y, sobre todo, dirigir un periódico y mi padre, que ya se había casado con una bella mujer de San Martín Jilotequepe con quien procreó ocho hijos (de los cuales el único sobreviviente soy yo) todavía no se había ocupado de adquirir la nacionalidad guatemalteca y desde entonces, para expresar su invariable rechazo a la dictadura de Ubico, se negó a hacerse guatemalteco y murió siendo chileno. A pesar de que sus hijos le pedimos que lo hiciera en base al famoso aforismo latino Ubi bene, ibi patria (que significa “ahí donde estás bien es tu patria”). Pero, lamentablemente, creía que si lo hacía le daría gusto a Ubico y se empecinó en nunca nacionalizarse guatemalteco. Y murio a los 71 años como ciudadano chileno, aunque a Chile solamente volvió un par de veces. Lo cual  sus hijos, guatemaltecos, lamentamos mucho, porque creemos que él debió haberse nacionalizado guatemalteco.

Por consiguiente, como guatemalteco de nacimiento que soy desde hace la friolera de 83 años, me creo con derecho, a manera de desagravio, a desautorizar la afrenta que se pretende hacer al estimado amigo y admirado periodista y escritor Francisco Pérez de Antón, a quien le expreso mi firme solidaridad en nombre de los guatemaltecos que no somos tan mezquinos como esos escritores obviamente envidiosos.

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