¡DALE CON LA QUEMA DE LA EMBAJADA!

En vista del juicio que se está siguiendo contra el ex jefe del denominado Comando 6 de la desaparecida Policía Nacional, Pedro García Arredondo, a quien se acusa de haber ordenado a los agentes bajo su mando que incendiaran el edificio de las oficinas de la embajada de España la tarde del 31 de enero de 1980, por enésima vez manifiesto que el fuego fue causado por las botellas con gasolina con mechas de trapo (conocidas como “bombas molotov”) que llevaban consigo un grupo de indígenas campesinos del Comité de Unidad Campesina (CUC), brazo armado de la guerrilla, la Coordinadora de Pobladores, apoyados por varios estudiantes de secundaria y universitarios miembros del Frente Estudiantil Robin García, organizaciones que tenían participación en el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), con el fin de utilizar la sede diplomática española como caja de resonancia para llamar la atención sobre las represiones que supuestamente cometía el ejército en el departamento de el Quiché.

No conozco al señor García Arredondo, pero puedo asegurar que él no tuvo responsabilidad en la quema de las oficinas de la embajada de España, porque los agentes bajo su mando no tenían lanzallamas, ni nada incendiario, como las bombas molotov que llevaban los “invasores pacíficos” (?) que protagonizaron el “Plan de la Subida”. Lo que realmente ocurrió es que los agentes de la Policía Nacional estuvieron tratando de penetrar a las oficinas de la embajada con la intención de liberar a los rehenes –entre quienes se creía que se encontraba el propio embajador Cajal, porque todavía no se sabía que él era cómplice de los invasores–, y alguno de los campesinos se puso muy nervioso y primero les disparó unos balazos y luego les lanzó una botella con gasolina que cayó en la alfombra que se incendió y el fuego hizo estallar a todas las demás botellas con gasolina, lo cual produjo el pavoroso incendio. En todo caso, lo que se podría criticar es que los agentes de la Policía hayan tratado de penetrar a las instalaciones sin previa autorización del embajador, o a pesar de la petición del embajador de que no lo hicieran, porque de acuerdo a la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas las residencias y oficinas diplomáticas son inviolables por las autoridades del país anfitrión. Pero en la misma Convención de Viena se estipula que los países anfitriones deben garantizar la paz y tranquilidad de las mismas. Y era bien sabido que se había producido una invasión a la embajada que, como se pudo comprobar, tenía de pacífica tanto como tiene la premio Nobel de la Paz 1992, Rigoberta Menchú Tum. O sea nada. Y las autoridades nacionales al enterarse de la invasión de los campesinos, hizo lo que creyó necesario para rescatar a los rehenes. Tanto en el ministerio de Relaciones Exteriores como en la Policía Nacional se recibieron sendas llamadas telefónicas angustiosas de parte de personas empleadas de la embajada solicitando que se les fuese a auxiliar porque la embajada había sido tomada por asalto. Yo mismo contesté a una de esas llamadas mientras me encontraba en el despacho del subsecretario de Relaciones Exteriores, licenciado Alfonso Alonso Lima. Respondí la llamada porque el subsecretario me solicitó que lo hiciera durante su ausencia mientras él se había ido a hablar con el ministro, ingeniero Rafael Eduardo Castillo Valdés. Y quien llamó era una señora apellidada de Villa que me parece que era la madre de un cura jesuita ligado a la Universidad Rafael Landivar, quien me dijo que me conocía y me pedía que por favor llegaran a auxiliarles porque estaban secuestradas. Lo cual yo comuniqué de inmediato al ministro.

Tres de los “ocupantes pacíficos” a las oficinas de la embajada de España eran estudiantes en la Facultad de Derecho y uno estudiante de Ciencias Económicas. La responsable de dirigir la operación fue una estudiante de la Facultad de Derecho de nombre Sonia Welchez, quien provenía de una familia obrera, cuyo padre había sido dirigente sindical y dos años antes fue acusado de guerrillero y su cadáver se encontró bajo un puente. Razón por la cual ella solía decir que “No hay redención sin dolor”, probablemente por estar predispuesta a la autoinmolación; Rodolfo Negreros Straube, de Retalhuleu, quien tuvo un papel destacado en las luchas partidistas de la USAC; Leopoldo Pineda Pedroza, hijo de campesinos ladinos, era activo en teatro revolucionario, había crecido en Escuintla y se estaba sobreponiendo de la muerte repentina de cuatro miembros de su familia; Luis Antonio Ramírez Paz, de una clase social más alta que la de los otros estudiantes, había hecho teatro con Leopoldo Pineda, pero era más conocido como fundador de un periódico radical universitario y como líder en el CNUS, el Frente Democrático Contra la Represión y el Frente Robin García del Instituto Rafael Aqueche, que fue cuna de la subversión.

Todas estas personas entraron tranquilamente a las oficinas de embajada de España –como Pedro por su casa– porque la puerta estaba abierta y no había ni un solo policía custodiándola, como es usual en todas las embajadas, y desde su ingreso informaron a los ocupantes (funcionarios y empleados de la misión diplomática) que se trataba de una “toma pacífica”, y que todos los presentes estaban en calidad de rehenes y debían obedecer las órdenes porque ellos llegaban “dispuestos a todo”. Con lo cual era obvio que quisieron decir que estaban dispuestos hasta a inmolarse en su acción.

Integraban este grupo los indígenas campesinos: Vicente Menchú (dirigente del CUC y padre de Rigoberta Menchú Tum, premio Nobel de la Paz 1992), María Ramírez Anay, Gaspar Viví, Mateo Sic Chen, Regina Pol Juy, Juan Tomás Lux, María Pinula Lux, Juan Us Chic, Gabina Morán Chupé, Josè Angel Xona Gómez, Mateo Sis, Juan Chic Hernández, Juan López Yac, Francisco Tum Castro, Mateo López Calvo, Juan José Yos, Salomón Tavico Zapeta, Francisco Chen Tecú, Felipe Antonio García Rac, Trinidad Gómez Hernández, Luis Antonio Ramírez Paz, Edgar Rodolfo Negreros, Leopoldo Pineda, Sonia Magali Welches Valdez, Gregorio Yujá Xona, Gustavo Adolfo Hernández y Jesús España. Iban obedeciendo a un plan que denominaron “Plan de la Subida”, bajo la dirección de una estudiante de la facultad de Derecho de la USAC que era miembro de un nucleo las fuerzas subversivas urbanas.

Ellos entraron tranquilamente a las oficinas de la embajada de España porque previamente habían hecho arreglos en el Quiché con el embajador Máximo Cajal y López y el comandante guerrillero Raúl Meoño (hoy encargado de los archivos de la Policía Nacional Civil) para que llegaran a hacer su denuncia a nivel internacional aprovechando la presencia del vicepresidente de la República, licenciado Eduardo Cáceres Lehnhoff, del ex ministro de Relaciones Exteriores Adolfo Molina Orantes y del jurista y catedrático universitario Mario Aguirre Godoy, quienes habían acudido a esa misma hora por una cita previa acordada con el embajador Cajal –para lo cual su secretaria llamó reiteradamente a sus casas y oficinas para recordarles la hora de la cita–, para tratar asuntos relativos a un próximo congreso jurídico del Instituto de Cultura Hispánica que iba a desarrollarse en Guatemala. Y el susodicho embajador insistió que acudiesen a la cita con puntualidad para que coincidiera con hora acordada con los “invasores pacíficos”, aunque armados con varias bombas molototov, machetes y pistolas, para que les sirvieran como rehenes y les garantizara su impunidad.

Hasta el nefasto embajador Máximo Cajal y López, en su declaración por televisión, reconoció al recordar los hechos del 31 de enero de 1980 que los campesinos y estudiantes que tomaron “pacíficamente” la sede diplomática española llevaban bombas molotov, fabricadas con envases de vidrio y un pedazo de tela como mecha, y recordó que cuando los agentes de la Policía Nacional (PN) irrumpieron en su despacho, tras romper la puerta con un hacha, se hallaban reunidas en su despacho más de 37 personas, y entonces se produjeron disparos y después se escuchó una explosión, tras de la cual surgieron las llamas que quemaron a los ocupantes. Salvo el propio embajador Cajal que logró escapar con vida.

La premio Nobel de la Paz 1992 Rigoberta Menchú Tum (hija de Vicente Menchú, que murió quemado vivo en las oficinas de la embajada de España) publicó hoy en el diario Siglo.21 un interesante artículo titulado “Las caras del neoterrorismo”, en el que acusa de estar sembrando el “neoterrorismo” a las personas que opinamos en contra de lo que ella y sus adláteres opinan y hacen. Califico de interesante su artículo porque, curiosamente, en lo que dice ella cae en lo mismo de lo que nos señala a quienes nos oponemos a sus opiniones y actividades en contra de la paz y el desarrollo del país. Ella se refiere concretamente a un valiente desplegado que publicó en campo pagado Ricardo Méndez Ruiz acerca de los fondos que reciben algunos activistas de la izquierda de países escandinavos y Canadá, y señaló concretamente a la doctora Irma Alicia Velásquez (a quien Rigoberta Menchú califica como “nuestra hermana”), pero de ninguna manera la insultó, ni la calumnió, ni la denigró, ni la descalificó. Sin embargo, esta doctora hizo uso de su “derecho de respuesta” y en otra página en campo pagado explicó sus orígenes y sus estudios de doctorado en la Universidad de Texas en Austin, pero no justificó el uso que ha dado a los fondos que ha recibido para desarrollar actividades de “neoterrorismo” para emplear el mismo término que la Menchú. O sea que la premio Nobel de la Paz -¡vóytelas!- nos acusa a los demás de “neoterroristas” pero ella cae en el “neoterrorismo”. Si esea es el premio Nobel de la Paz, ¿como sería si fuese la premio Nobel de la guerra?

Estas personas deberían de actuar en forma diferente para que en Guatemala podamos vivir en paz. Pero en vez de luchar por ese fin, ellos dedican su tiempo y sus actividades a promover los enfrentamientos entre personas con diferentes sectores con diversas opiniones. ¡En esa forma jamás vamos a poder vivir en paz! ¡Dejen de joder!

Twitter: @jorgepalmieri