El ilustre pedagogo Juan José Arévalo Bermejo, bien recordado primer Presidente Constitucional de la República de Guatemala después de la insurrección militar y cívica que se conoce como Revolución del 20 de octubre de 1944, escribió hace muchos años un libro titulado ?Viajar es vivir? porque en ese tiempo en efecto lo era. ¡Pero ya no!
Desde los atentados terroristas suicidas del 11 de septiembre del año 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center (Centro Mundial de Comercio) de Nueva York, de unos militantes islámicos de la organización Al Qaeda, que dirige el desalmado multimillonario saudí Usama bin Muhammad bin Awad bin Ladin, más conocido en Occidente como Osama bin Laden u Osama ben Laden, viajar en avión es un dolor por las estrictas medidas de seguridad que impone, con toda la razón del mundo ?lo reconozco- el gobierno de los Estados Unidos de América. Sobre todo cuando se vuela a un puerto de entrada de ese poderoso país.
Como es bien sabido, al salir de la terminal aérea internacional de Guatemala, La Aurora, uno tiene que someterse dócilmente a esas estrictas medidas de seguridad, desde el momento que se pasa el control de la SAT. Porque le obligan a uno a quitarse los zapatos, el cinturón, el reloj, el bolígrafo, las monedas que pueda llevar, las llaves y todo lo que sea metálico y colocarlos en una canasta plástica para reviarlas en un aparato de rayos X o lo que sea. Y si de casualidad usted lleva puestos unos pantalones que le quedan muy flojos, y necesita del cinturón para sujetarlos en la cintura, corre el riesgo de que se le caigan y se quede en calzoncillos. A menos que tenga el cuidado de sujetarlos con una mano mientras son revisadas sus pertenencias. ¡No me digan que no es un dolor! Sobre todo cuando los encargados de hacer esa revisión son personas resentidas o mal educadas que se complacen en torturar a los viajeros.
A mí me sucedió cuando mi hijo Alejandro y yo salimos de la terminal aérea internacional de Guatemala, el sábado pasado, para ir a Miami. Llevaba puestos unos blue-jeans que me quedan flojos, porque aún no los he llevado a un sastre para que los arregle a mi medida. Y cuando me quité el cinturón -¡puchis!-, por poquito se me caen los pantalones y me quedo en calzoncillos. Por fortuna sentí a tiempo cuando se me caían y pude evitarlo.
Las medidas de seguridad en la revisión que hacen al entrar a los Estados Unidos ahora ya no son tan estrictas, aunque al principio lo fueron. Pero al salir de ese país para regresar a Guatemala hay que pasar de nuevo por esas mismas medidas a cargo de unos funcionarios de origen cubano que por lo general no son agradables, mucho menos simpáticos, a veces prepotentes y mal educados con la ventaja que uno ya se ha percatado del riesgo de quedarse en calzoncillos y tiene el buen cuidado de sujetar bien los pantalones antes de que se le puedan caer. Que fue precisamente lo que yo hice porque otra vez tenía puestos esos mismos pantalones. Ni modo. Por eso digo que viajar es un dolor. Por esas molestas estrictas medidas de seguridad contra el terrorismo. Bien dicen que ?el que quiera celeste que le cueste?. Porque por volver a Guatemala vale la pena aguantar otra vez esas molestias.