En los domingos anteriores no he querido publicar comentarios sobre los acontecimientos nacionales o internacionales, porque los domingos, como hoy, prefiero compartir con mis lectores algún mensaje filosófico y de amor para fortalecer nuestro espíritu. Pero en vista de la situación que se ha creado en el país en relación con el voto de aprobación de 110 diputados del Congreso de la República al convenio suscrito entre el Estado de Guatemala y la Organización de Naciones Unidas (ONU) para la creación de una Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG), a pesar de que contiene varios puntos inconstitucionales, siento necesidad de escribir estas palabras, aunque hoy sea domingo.
Recuerdo que en tiempos de mi juventud, cuando se quería expresar con claridad una verdad que podía ser conflictiva, se solía decir ?las cosas claras y el chocolate espeso?. Pues bien, hoy que es domingo y está establecido que es el día dedicado a Dios, quiero compartir con ustedes estos pensamientos relacionados con la controvertida aprobación en el Congreso de la República de la creación de la CICIG, de acuerdo al convenio que firmó el vicepresidente de la República con la ONU.
No quisiera pecar de obstinado o necio, pero considero que es mi deber para con mis compatriotas expresar con la debida claridad y franqueza lo que pienso sobre este tema porque pone en entredicho la soberanía y la dignidad de nuestra patria, por más que haya algunos columnistas que dicen lo contrario, ya sea por ignorancia o por fanatismo ideológico e insaciadas ansias de venganza, y no porque realmente crean que la CICIG sea la panacea que pondrá fin a la delincuencia y a la impunidad imperantes.
He estado leyendo las opiniones de algunos columnistas maniqueístas que se pronuncian, con firmeza digna de mejor causa, a favor de la creación de la CICIG porque creen va a poder entregar a España a algunos de los militares, encabezados por el general Efraín Ríos Montt, que la Premio Nobel de la Paz y candidata presidencial Rigoberta Menchú desea con todas las fuerzas de su rencoroso corazón que sean extraditados y encarcelados allá hasta el último día de sus vidas por el hecho de haber cumplido con su deber al combatir a las guerrillas comunistas y creen también que la ONU va a poder enfrentarse con más eficacia que las autoridades nacionales a las organizaciones internacionales de narcotráfico, crimen organizado, delincuencia común e impunidad.
No les culpo por tener esa ingenuidad. Sobre todo ante la insoportable y creciente criminalidad y delincuencia que deja un saldo de un promedio diario de más de diez cadáveres en el país, principalmente en la capital. No es posible seguir soportando esto sin hacer nada para impedir o castigar los constantes asesinatos de choferes de autobuses y de mujeres, los asaltos a mano armada para robar automóviles que en muchos casos causan el cruel e innecesario asesinato de sus propietarios, como fue el reciente caso del señor Luis Ricardo Urquízú Dávila, un hombre respetable, amado por su familia y valioso para el país, quien murió acuchillado por unos criminales que le asaltaron en la puerta de su casa para robarle su vehículo y le degollaron sin misericordia a pesar de que no estaba oponiendo resistencia. Mis sinceras condolencias a todos sus deudos, especialmente a su padre, señor José Humbero Urquizú Gutiérrez, y a su hermano, doctor Pablo Humberto Urquizú Dávila.
Ya estamos hartos y desesperados de que día a día se cometan esos crímenes y todo tipo de delitos que, desgraciadamente, quedan impunes por la ineficacia o la corrupción de las autoridades que investigan los hechos y la deplorable falta de eficiencia o corrupción de los funcionarios del Ministerio Público para recabar las pruebas que puedan demostrar a los jueces la culpabilidad de los presuntos delincuentes. Así como, también, las inauditas decisiones de algunos jueces del sistema judicial que en vez de hacer caer todo el peso de la ley sobre los delincuentes, los dejan en libertad por temor a las represalias y las amenazas de muerte que reciben de parte de los implicados y sus cómplices, o porque les sobornan para que les dejen en libertad a pesar de las evidencias de culpabilidad.
Es comprensible que ante semejante situación que reina en el país compartamos el deseo que haya alguna posibilidad de que una comisión de la ONU venga a hacer lo que, evidentemente, son incapaces de hacer nuestras propias autoridades, y que nos importe un bledo que esto sea violando lo que establece nuestra Carta Magna.
Hay quienes creen que por el hecho de tratarse de funcionarios internacionales no habrá riesgo de que también ellos puedan tener miedo a las amenazas de represalias del crimen globalizado, ni puedan ser tentados por la corrupción en la que, evidentemente, se cree que caen nuestros honorables jueces.
Esta actitud es comprensible porque si fuese necesario recurriríamos a cualquier medio para que termine de inmediato la impunidad de quienes cometen delitos, y queremos que de cualquier forma que sea necesaria se les castigue con todo el peso de las leyes sin que haya impunidad que les proteja. Es natural que así sea, pero también debe entenderse que es motivo de vergüenza que un país soberano tenga necesidad de recurrir a la ONU para que resuelva lo que sus propias autoridades están obligadas a hacer por mandato de la Carta Magna que, además, prohíbe con claridad que deleguen sus funciones.
De no ser por eso yo también estaría feliz y contento de que 110 diputados hayan aprobado la creación de la CICIG para que se aplique la ley a los delincuentes sin ninguna posibilidad de que puedan tener impunidad.
Pero, hablando sinceramente, considero que la creación de la CICIG equivale a un golpe de Estado de la ONU a nuestras autoridades por causa de la confesada incapacidad del actual gobierno para asumir la responsabilidad de cumplir con su deber. Razón por la cual deberían renunciar de sus cargos si es que tienen sangre en la cara.
Comprendo que ante los numerosos crímenes que cometen con impunidad los delincuentes que todos los días asesinan a choferes de autobuses, a mujeres y a tantas otras personas, los guatemaltecos estemos decididos a apoyar que se haga lo que sea indispensable para que termine la criminalidad e impunidad de los delincuentes. Sea lo que sea, pero que se ponga fin a la delincuencia y la impunidad de los delincuentes. Y en vista de la comprobada impotencia de las autoridades nacionales para hacerlo, que se recurra a un organismo internacional como la ONU para que lo haga. Pero que sea cumpliendo estrictamente con los dictados de la Constitución que es la Ley que debe prevalecer sobre cualquier tratado.
Pero también hay que comprender y sopesar lo que esta medida implica. Esta sería la primera vez que la ONU establezca en un país del mundo una comisión como la CICIG. Es sólo un experimento que no garantiza su eficacia. Antes no lo han hecho ni en África, ni en Asia, ni en los rincones del mundo más alejados de la civilización. Guatemala sería un experimento y no se puede garantizar cuál será el resultado de la humillación a la que se quiere someternos.
Ante la manifiesta confesión del actual gobierno de su incapacidad para hacerle frente a la delincuencia nacional y globalizada y de poner punto final a la impunidad que la rodea, por lo que ha cometido la indignidad y desvergüenza de solicitar ayuda a la ONU, ya sólo falta que se haga a un lado la soberanía nacional y se solicite también al Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, que no sólo nombre al comisionado que estará al frente de la CICIG, sino que nombre también a una persona capacitada que sustituya al presidente Berger y otra que desempeñe el cargo de vicepresidente de la República en vez de Stein; y después, que para que no tengamos que hacer tan costosas elecciones para escoger a las autoridades que van a sustituir a las actuales, nombre también a nuestro próximo Presidente de la República y a todas los demás funcionarios públicos, en vista de que, evidentemente, hay quienes no confían en que los guatemaltecos podamos ser capaces de gobernar nuestro país y ejercer la justicia sin caer en la impunidad y la corrupción. Siento mucho tener que decirlo de esta manera, pero esto es lo que siento.
Les deseo que tengan un feliz domingo y que lo aprovechen para meditar un poco sobre Dios.